Liderazgo ético y humanismo

El liderazgo, la ética y el humanismo están unidos de forma intrínseca, y debe ser la esencia de los gestores sanitarios. Liderar con principios éticos nos hace más humanos, más cercanos y nos permite obtener grandes logros en la gestión de personas.

La calidad ética personal no equivale a ser perfecto, sino a ser mejor persona. Los gestores que desarrollan esta calidad ética son líderes generadores de un alto nivel de confianza y compromiso de los colaboradores. La cooperación, la mejora continua, la participación y el compromiso son inalcanzables si no existe confianza, diálogo, proyectos comunes compartidos o interés por las personas (Vacas, 2017).

Los líderes que se ganan la confianza y la adhesión del colaborador, sitúan su forma de ser y actuar de las personas en tres dimensiones: científico-técnica, afectiva y ética. (Guillén, 2006). La confluencia o no de estas dimensiones afecta en mayor o menor medida a dicha confianza y adhesión.

Así, la dimensión técnica del líder favorece que los colaboradores confíen en las habilidades científicos-técnicas y los profundos conocimientos que tiene de su profesión; su dimensión afectiva o carisma y las habilidades de comunicación que posea, incidirá en la confianza que facilitará el trabajo y lo hará más agradable; y, por último, la dimensión ética, mostrada en una actitud honesta, íntegra y coherente, que impregna la toma de decisiones, hará que el colaborador se sienta reconocido y respetado.

Para que los gestores promuevan esta práctica definida por el compromiso responsable con las personas, se han de incorporar principios éticos a la gestión. Esta gestión ética requiere, por un lado, comprender la naturaleza del servicio y sus elementos esenciales -la persona, el entorno, la salud y la asistencia- para que la prestación del servicio incorpore la actitud excelente basada en los valores: respeto, prudencia, preocupación por la persona, sensibilidad hacia su vulnerabilidad y comprensión del sufrimiento. Por otro lado, tener claro los fines que se persiguen, dar prioridad a los objetivos que son necesarios para conseguirlos y habituarse a tomar decisiones en relación con ellos (Vacas, 2017).

Llegados a este punto se puede deducir que el liderazgo ético parte del análisis de las relaciones entre líderes y colaboradores y pone el interés en el desarrollo del potencial de las personas. Las personas que desarrollan este liderazgo, más que gestores, son líderes colaboradores que sirven de modelo y se adaptan a los profesionales que dirigen. Líderes comprometidos con la ética, la integridad y el servicio a los demás. Su función prioritaria, según expresa la profesora Cortina (1998), consiste en dinamizar y movilizar las capacidades humanas con el fin de armonizar el espacio ético en el que se integra, converge y mantiene cohesionada la voluntad del grupo. La herramienta principal de estos líderes es la comunicación, que utilizan para generar espacios de diálogo e intercambio de ideas.

En este sentido, Hendricks y Cope, (2013), identificaron el uso de estrategias de comunicación, de compromiso y de compensación como fundamentales en la construcción de entornos de trabajo positivos que favorezcan la adhesión de los profesionales. Estos autores señalan que los gestores que reconocen el valor de cada persona y facilitan la comunicación, fomentan el trabajo en equipo que redunda en una mejor calidad de la asistencia y en su seguridad. Un entorno donde se respeten las diferencias entre los colaboradores y se valoren sus fortalezas es fundamental en la construcción del compromiso. Además de retener a los profesionales por grado de satisfacción e implicación.

La persona que gestiona desde esta perspectiva, acompaña a los colaboradores para que desarrollen todo su potencial, crezcan como personas, den lo mejor de sí y logren sus objetivos. Son líderes que poseen una alta capacidad de escucha, empatía y especial sensibilidad. Los colaboradores le ven como persona que fomenta la participación, el entusiasmo y que confía en los demás.

El liderazgo ético del gestor se fundamenta en el desarrollo de la excelencia como persona. Excelencia que se manifiesta a través de la coherencia entre lo que se piensa, se dice y lo que se hace. Esta integridad personal es la que día a día va construyendo la confianza que hace posible la cooperación, la implicación, la mejora continua y el compromiso entre los miembros de la organización (Vacas, 2017).

 

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