Deontología y ética enfermera

¿Es posible una deontología profesional?

Cada vez que se abre un debate en bioética —como sucedía recientemente con la regulación de la eutanasia— aprobada sin discusión alguna, en plena pandemia y sin escuchar a la totalidad de los diferentes agentes implicados, surge la dificultad de adoptar una posición institucional representativa de toda una profesión que se caracteriza por lo que Tristram Engelhardt llama la “extrañeza moral”, esto es, la diversidad de juicios éticos.

Ante esta situación esas instituciones tienden a callar o adoptar, en su caso, aquella posición que una mayoría parece hacer suya dando por hecho que lo bueno coincide con la opinión de esa colectividad. Dejaremos este asunto para una futura reflexión si bien adelanto aquí mi radical desacuerdo a la hora de aceptar que la estadística legitime la idoneidad o no de principios y valores éticos.

Ahora bien, siendo esto así, ¿cómo establecer normas capaces de responder a las convicciones éticas de un amplio grupo de personas? O, formulado de otra manera, ¿debe la deontología profesional responder a una ética de mínimos o a una ética de máximos? Para muchos la respuesta es simple. Confieso que no lo es para mí en la medida que, siguiendo también a Engelhardt, considero que la profesión enfermera es lo que él denomina una “comunidad canónica dotada de contenido”.

Es cierto que la Deontología se constituye alrededor de un conjunto de deberes que los profesionales reconocen como inspiradores de su conducta. Concretamente, las normas deontológicas singularizan la profesión y crean ante la sociedad expectativas sobre la conducta a seguir por parte de aquellos. Pero estas normas no tienen su origen en el derecho positivo sino en las convicciones profundas, en la esencia de cada profesión, en un conjunto de valores que trascienden la secularidad individual para configurar una moral profesional propia de esa comunidad canónica.

¿Podemos o no, hablar de la existencia de un conjunto de principios y valores compartidos que puedan ser fuente de una Deontología del cuidar? Si la respuesta fuera negativa tendríamos que declarar la imposibilidad absoluta de dotarnos de un Código asumido por todos o, en el momento actual, de proceder siquiera a una actualización del mismo. Esta cuestión no es baladí y se ejemplifica claramente en lo que concierne a la denominada ética de los confines. ¿Cómo conciliar el valor o la promoción de la vida en expresión de lo que Colliere nos plantea en su definición del cuidado con la aceptación del aborto o la eutanasia?

Muchos aceptaran esa compatibilidad. Otros, por el contrario, pensarán que se trata de una contradicción defender ese concepto del cuidar asumiendo que se pueda poner fin de forma directa a la vida que, por la propia naturaleza profesional, se desea defender. Trataremos de profundizar sobre esto en próximas reflexiones.

Rafael Lletget

Autor Rafael Lletget

Tratamos de recuperar la esencia de la perspectiva humanista buscando su lugar en el ámbito de los cuidados enfermeros. El ser humano , más allá de eslóganes y frases oportunistas, constituye el centro de la praxis enfermera.

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