El derecho a demostrar lo contrario

Al fin ha terminado la huelga de letrados judiciales. La sociedad necesita acuerdos en el sector y que no se enlacen unas protestas con otras. Los ciudadanos queremos hablar ahora de indefensión jurídica: muchas de las personas que necesitan tutela de jueces y tribunales esperan años hasta que se les escucha en su proceso judicial; son años de desesperanza que hacen muy difícil atender a las palabras de Leonard Cohen, a quien tanto respeto profeso en lo que es y en lo que dijo: “Nunca plañir con displicencia. Y si alguien va a expresar la gran e inevitable caída que nos espera a todos, debe hacerlo dentro de los estrictos límites de la dignidad y la belleza”.

Todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario. Pero ¿y si somos víctimas de un delito y no podemos demostrar lo contrario? ¿Y si no tenemos acceso a un sistema garantista? Pues no lo sé, ya que no podemos enfrentarnos en la batalla con nuestro ejército en la retaguardia gritando Libertad: no estamos en Escocia en el siglo XIII junto a William Wallace. A la gente común no nos queda más remedio que ser civilizada.

Pienso mucho en las personas perseguidas: acoso escolar, asedio a artistas o profesionales con relevancia pública porque un fan o un anti-fan no descansa si no le nombra, si no le daña. El hostigamiento, incluya violencia o sea amenazante, hace trizas el derecho a la tranquilidad personal y al sosiego. ¿Qué subida de salario se pondrían ustedes a cambio de sufrir ansiedad, terrores nocturnos, hipervigilancia y, a días, una desazón paralizante?¿Cabría en nuestros hospitales decir a un accidentado que todo está parado, que espere en su casa? Sabemos que no. Sin embargo, la salud mental de aquellos a quienes les queda mucho tiempo de no poder hacer nada, se puede romper como el cráneo contra el asfalto. Siguen creciendo los índices de suicidio de las víctimas de acoso. Todos los días salen en las noticias  agresiones a personas que ya habían pedido ayuda. Es paradójico saber que tener miedo es la opción buena. La mala es no tener ya nada, ni la vida para contarla, porque el obsesionado u obsesionada que te ha tocado en desgracia ha decidido quitártela.

En los casos de los delitos informáticos, de ciberbullying, el hostigador no está presente, pero el desasosiego se inocula dentro e infesta a quien lo sufre. De todo esto sé un poco porque soy una de esas personas en espera de justicia. Me quiero convencer de que es un charco en el camino, pero algunos días atravieso el pantano de la tristeza, como Atreyu, tirando de mi caballo Artax, suplicándole que se mueva, que si yo no me rindo, que no se hunda él. La vida merece la pena sólo por La Historia interminable de Michael Ende.

Dos meses de protestas que han supuesto, según los convocantes, la suspensión de 400.000 juicios, la acumulación de 480.000 demandas pendientes de tramitar y 1.500 millones de euros retenidos en las cuentas de consignaciones. Con estos números me ocurre como con los años luz: sobrepasa mi umbral de entendimiento. No sé calcular cuánto daño ha causado, pero sí sé que es inmenso; que es, en muchos casos, irreparable.

El sistema judicial debería no sólo hacer un plan de recuperación, sino cumplir con su esencia de dar a cada uno lo que le corresponde. Si dos años de espera, tres, es demasiado para casi cualquier cosa, la salud mental no aguanta tanto. Nadie merece que otro ser salido de la nada le someta a sufrimiento. Cierto es que en la vida hay flores y hay mugre. Sin embargo, cuesta más resignarse a que la sociedad no ponga los medios para que ningún acto de agresión quede impune y la víctima reciba reparación y, sobre todo, la tranquilidad de que puede seguir con su vida sin miedo. Esa es la verdadera dignidad; la verdadera belleza.

Michel Ende escribió que “el horror pierde su espanto cuando se repite mucho.” Pero también escribió que “nada puede suceder más de una vez, pero todas las cosas deben suceder un día.” Y a eso me aferro. A que un día la justicia llegue y al fin se haga.

Alicia Chamorro

Autor Alicia Chamorro

Alicia Chamorro García es enfermera. Durante varios años trabajó en el Hospital de oncología de Bruselas, el Institut Jules Bordet. Actualmente investiga sobre el impacto de la ficción en la enfermedad y al final de la vida en cuidados paliativos pediátricos. Fundadora de "Cuéntame algo que me reconforte". #CAQMR

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