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Muerte perinatal: un tabú dentro y fuera de la profesión

El duelo por un fallecimiento perinatal -el que afecta al feto a al recién nacido desde las 28 semanas de embarazo hasta la primera semana de vida- tiene unas características muy particulares. Se pierde un miembro importante de la familia del que aún no hay recuerdos físicos o vivencias, solamente sueños. Es un duelo forjado en expectativas de futuro. En un momento donde debería haber vida, de repente hay muerte; donde debería haber alegría, hay tristeza. El objetivo fundamental de los sanitarios que atienden a la pareja que ha perdido a su bebé es ayudarle a vivir el duelo de manera sana.

Carmen Mejías es matrona en el Hospital La Merced de Osuna, Sevilla, y coautora de un reciente estudio publicado en la revista Metas de Enfermería centrado en determinar qué recomendaciones profesionales son las más adecuadas ante la muerte perinatal. “El principal problema es que no existen protocolos unificados en los hospitales que establezcan qué debe hacerse. Eso provoca que los padres no se sientan bien atendidos”. Una situación que se arreglaría, según ella, con programas de formación específicos: “Son esenciales. Hace falta un cambio de mentalidad en los gestores y agentes políticos encargados de hacer los planes de salud de las diferentes CCAA. La muerte perinatal ocurre pocas veces, pero su significación es tan importante que se merece un tratamiento adecuado”.

Conspiración de silencio

Tradicionalmente, tras la muerte perinatal se produce un duelo negado, que se vive con secretismo e intimidad extrema dentro del núcleo familiar. Carmen Mejías y sus compañeras matronas explican en su estudio Abordaje del duelo perinatal que, a menudo, se trata de un duelo “desautorizado”, porque no es reconocido socialmente ni es expresado de forma abierta, viviéndose con gran soledad. La muerte perinatal sigue siendo un tema tabú: “Es lo que llamamos ‘conspiración del silencio’. Los sanitarios reaccionan con tensión, con frialdad, tratando de hablar menos y a menudo cayendo en el empleo abusivo de tecnicismos. Experimentan estrés, sensación de fracaso y sentimiento de culpa. Se preguntan qué ha ocurrido, si han cometido algún error o si han pasado algo por alto. Sin embargo, muchas veces se debe a causas inexplicables y ocurre aun  cuando la atención sanitaria ha sido perfecta”, explica Carmen Mejías.

Ni siquiera existe un espacio físico destinado a las madres que han perdido a su bebé en las unidades de maternidad. Sin embargo, comunicar la noticia a los padres en un lugar donde puedan liberar sus emociones es fundamental: “El profesional debe decírselo a los dos a la vez, nunca a la madre sola. Debe hacerlo en un despacho del hospital, en un sitio con intimidad. No se debe comunicar la noticia dentro de la sala de maternidad, para evitar que los padres escuchen el llanto de otros bebés, ni tampoco en un pasillo”.

Ver o no al bebé

La cuestión de si los padres deben ver o no al bebé que acaban de perder ha sido siempre muy controvertida. Tras su estudio, este grupo de matronas andaluzas ha llegado a la conclusión de que lo más recomendable es aconsejar a los padres que lo hagan, aunque respetando siempre su voluntad. Carmen Mejías explica que “verlo les ayuda a asimilar lo ocurrido y a concienciarse. Les da sensación de realidad, les ayuda a crear un recuerdo, a focalizar el duelo y vivirlo de manera sana. Además, cuando no lo ven, la mayoría de padres se arrepienten después, cuando no hay vuelta atrás. Por otro lado, la imaginación puede ser perversa a veces y crear imágenes distorsionadas. Eso sí, a nivel ético debemos respetar siempre la autonomía de los padres, y si no quieren ver al bebé no se les puede obligar”. Mejías recuerda que, antiguamente, se tomaban fotos de los bebés fallecidos para que los padres tuvieran un recuerdo y no hacer como que ese bebé no había existido.

Grupos de apoyo y seguimiento

La atención a las parejas que han sufrido una muerte perinatal no debe acabar cuando la mujer recibe el alta hospitalaria. En Estados Unidos, donde está más avanzado el estudio de este tema, se ha demostrado la utilidad de los grupos de apoyo formados por padres que han pasado por la misma experiencia de muerte perinatal. Alguien debe estar pendiente, además, de que el duelo se vive con normalidad y no se vuelve disfuncional: “Por lo general, el proceso del duelo suele durar de uno a dos años, pero a partir de los seis meses el acontecimiento deja de centrar la vida de los progenitores”. Lo normal es que de ahí en adelante sigan teniendo sentimiento de pérdida y tristeza, pero puedan empezar a pensar en otras cosas. Si pasa más tiempo sin que esto ocurra, podríamos estar ante un duelo disfuncional. Los expertos coinciden en que romper los tabúes que construyen el alto muro de silencio alrededor de la muerte perinatal sólo es posible con un cambio de mentalidad y profesionales bien formados para actuar ante este tipo de situaciones.

 

Ana Muñoz