El proceso evolutivo sufrido por las fórmulas de gestión de los servicios sanitarios ha permitido aflorar un nuevo modo de hacer, consistente en el aprovechamiento de todas las capacidades propias de los profesionales sanitarios, en un entorno marcado por el trabajo multi e interdisciplinar en el que no existen relaciones de dependencia ni de independencia absolutas sino de interdependencia. Todos los profesionales de la salud deberían trabajar en equipo —no unos al servicio de otros— sino todos al servicio exclusivo de las personas.
En este nuevo modelo las viejas polémicas en torno a quien debe "llevar la batuta" han quedado atrás por cuanto nadie tiene duda al respecto de que lo haga aquel que mejor capacitación tenga para ese quehacer en cuestión es decir aquel que sea capaz de aunar y aprovechar todas las capacidades de unos y otros en bien del paciente/cliente.
No se trata, pues, de dilucidar quién opera mejor unas cataratas o quien imparte mejores cuidados enfermeros. Se trata de que debe existir un liderazgo capaz de concentrar, al servicio único del paciente y del sistema sanitario, las capacidades de los unos y los otros.
Y esto es lo que, en el mundo entero, ha cobrado vigencia ya desde hace años bajo el título de "práctica colaborativa interprofesional" como elemento clave para una atención sanitaria segura, eficiente, sostenible, de gran calidad, accesible y centrada en el paciente. Instituciones como la Asociación Estadounidense de Colegios de Enfermería y la Asociación de Colegios Médicos Estadounidenses han patrocinado estudios ad hoc precisamente sobre las competencias básicas de esa práctica colaborativa interprofesional.
Para alcanzar esta meta hemos de adaptar, en primer lugar, nuestro sistema educativo al objeto de preparar a los profesionales sanitarios para el trabajo en equipo. La interprofesionalidad de la que hablamos requiere, en efecto, un cambio de paradigma dado que las prácticas interprofesionales tienen unas características únicas en términos de valores, códigos de conducta y formas de trabajo que deben aclararse.
El respeto y la confianza mutua resultan así esenciales para conseguir unas relaciones de trabajo interprofesionales eficaces. La coordinación y colaboración eficaz solo puede tener lugar cuando cada profesión conozca y utilice la experiencia y las capacidades de los demás de modo centrado en el paciente.
Este es a mi juicio, muy en síntesis, el espíritu que se trasluce cada vez que nos aproximamos —sin prejuicios ni intereses sectoriales—, a una ley como la de Ordenación de las Profesiones Sanitarias. Una ley que ha conseguido o al menos lo ha intentado, ya por fin, que los profesionales sanitarios dejemos de mirarnos el ombligo para mirar a la cara a nuestros pacientes. Es decir, gestión clínica en estado puro.