Estoy leyendo Cixí Emperatriz, de Jung Chang, que curiosamente ilustra muy bien, cómo, cuando se educa mal, sólo sirve para traer desgracias. A Guangxu, su hijo adoptivo y futuro emperador, se le educa de la forma tradicional china, la que regía en la Ciudad Prohibida y que se basaba en el confucionismo. Guangxu se preocupaba por el pueblo, por su malestar (tenía que ser compasivo, magnánimo…), pero no hacía nada por remediar sus problemas. Era incapaz de pensar por sí mismo, de mirar a otros lados, de observar, de abrirse a los nuevos conocimientos, de impulsar avances en su país. Solamente Weng, su tutor, alumbraba su desarrollo intelectual. Sucumbió.
Seguramente la educación de un ministro, que sólo hace caso a sus preceptores, esos que están educados en la tradición, como Guangxu, que sólo tienen una referencia de la enfermería, la que llega de los médicos (estos preceptores suelen ser médicos) es, desde nuestro punto de vista, una mala educación, una mala influencia.
Los preceptores de los que se ha rodeado esta ministra: burócratas tradicionalistas, incapaces de innovar, de mirar a su alrededor, de entender la nueva sociedad, la sociedad de su tiempo, la sociedad del cuidado, de la enfermería, están contribuyendo a su propio desastre. Ministra, su destino es sucumbir. No puede seguir viendo a la enfermería de este país de forma compasiva o de forma magnánima, pero no hacer nada por resolver sus problemas y firmar pactos que no cumple.
La enfermería se educa, y lo hace bien: mira a su alrededor y es permeable a los cambios, cambios que permiten a los pacientes recibir mejores cuidados, más científicos, de mayor calidad y más seguros. Recuperar la salud no se puede siempre, ahí reside la necesidad de cuidados. Antes, durante y después de padecer una enfermedad se necesitan cuidados enfermeros.
Los enfermeros/as están siempre dispuestos/as a ayudar y lo hacen desinteresadamente, pero todo tiene un límite, lo marca su buena educación.