Tres meses después, un estudio de la Universidad Northwestern, de Estados Unidos, en el que se han revisado 10 investigaciones publicadas recientemente sobre la placentofagia ratifica la postura de la Organización Colegial y apunta que no existe ninguna evidencia científica para apoyar esta ingesta, ya sea cruda, cocida o encapsulada. Es decir, los investigadores consideran probado que no se puede afirmar que reduzca el dolor, proteja contra la depresión postparto, ayude con la lactancia, aumente la energía o promueva la elasticidad de la piel.
Además, alertan de los posibles riesgos que tiene esta práctica, ya que la placenta actúa como un filtro para absorber y proteger al feto en desarrollo de las toxinas y contaminantes. “Hay una gran cantidad de informes que hablan de los supuestos beneficios para las mujeres, pero no hay una investigación exhaustiva que hable de esto ni de los riesgos que se pueden correr al comérsela”, explica la autora principal del estudio, Crystal Clark, que certifica que los estudios en ratones que hay hasta ahora no se pueden extrapolar a los humanos.
Clark, que es profesora de Psiquiatría de la Escuela de Medicina Feinberg, de la Universidad de Northwestern, en Chicago, se interesó en este tema tras recibir a algunas pacientes que le preguntaban si la ingesta de placenta podría interferir en su tratamiento antidepresivo. “Me sorprendió ver que era una práctica mucho más extendida de lo que yo esperaba”, cuenta Clark.
Después de realizar esta investigación, publicada en la revista Archives of Women’s Mental Health confirma que la placentofagia supone un riesgo desconocido para las mujeres y para los hijos que son amamantados. “Mi opinión es que las mujeres que deciden comerse la placenta, a pesar de que durante el embarazo y la lactancia intentan tener una dieta muy equilibrada, están dispuestas a ingerir algo sin que haya una evidencia clara de sus beneficios y, mucho más importante, de sus riesgos”, subraya.
Para ella, es una irresponsabilidad por parte de las madres porque realmente no saben lo que están comiendo. “No existe una ley que diga cómo hay que almacenar y preparar una placenta y, además, no sabemos tampoco si es bueno comérsela entera como hacen algunas mujeres”, asevera.
Clark considera imprescindible que se produzca una comunicación entre las madres y los sanitarios para que estos puedan informarles sobre la falta de evidencia científica y ayudarles así a decidir.
La especialista critica que esta práctica se haya puesto de moda en los últimos tiempos debido a que cada vez son más las famosas que lo practican porque aunque casi todos los mamíferos placentarios no humanos la ingieren después del parto, no se conocía esta práctica en la raza humana hasta la década de 1970 cuando aparecieron los primeros relatos de placentofagia en América del Norte. “Las mujeres no deciden comerse la placenta en base a los beneficios científicos, sino que siguen la moda marcada por los medios de comunicación, los blogs y las páginas web”, resalta Clark.
Los posibles peligros de ingerir la placenta fueron uno de los temas de los que más se habló en el conocido ‘Informe Doulas’ que presentó el CGE. En él, las matronas denunciaban que las doulas recomiendan la ingesta para recuperarse del parto y propiciar la subida de la leche.
“Muchas veces les dicen a las madres que guarden estas cápsulas durante años, hasta la menopausia de la mujer y tomarlas si les duele la cabeza o les baja la regla, incluso pueden suministrárselas a los niños cuando están alterados”, explicaba Rosabel Molina, una de las matronas que participó en el estudio.
Molina, que criticó la constante comparación que hacen las doulas entre las personas y el resto de animales como los simios, reprochó que cualquiera pueda hacerse encapsuladora de placenta sin pensar en los riesgos que esto puede conllevar para la salud de la mujer y del bebé, ya que ella misma pudo conseguir un título por internet con sólo un par de clics.
Ángel M. Gregoris