La mayor complejidad de la cura radicaba en que la piel abdominal de la paciente iba distendiéndose como consecuencia del progreso del embarazo, lo que implicaba una tensión en la zona de las heridas que provocaba que tendieran a ampliarse. La mayor de las lesiones tenía 6,4 centímetros de largo por 5 de ancho y 2,5 de profundidad, mientras que el diámetro de la menor era de 3 centímetros, con 3 de profundidad, según ha explicado el Principado en nota de prensa este martes.
Esta situación se produjo en un momento de la gestación en la que registran importantes cambios hormonales en las mujeres que no favorecen la cicatrización y a sólo siete semanas del fin del embarazo, por lo que la cura completa se convirtió en una carrera contrarreloj para evitar un parto por cesárea, que era la opción más probable.
El tratamiento aplicado fue la terapia de presión negativa. Se trata de un sistema de cicatrización no invasivo y activo que utiliza una presión negativa localizada y controlada para favorecer la curación de lesiones agudas y crónicas, ya que la herida se reduce al ir aproximándose los extremos.
La técnica consiste en colocar sobre la lesión un apósito que actúa como interfaz entre la superficie de la herida y la máquina de vacío, lo que crea una presión negativa que favorece la cicatrización. Está indicada para pacientes con heridas agudas, crónicas, traumáticas, vasculares, diabéticas y úlceras por presión, entre otras, y se emplea en el HUCA desde hace más de una década.
La particularidad de este caso es que se empleó sobre el abdomen de una mujer con una gestación avanzada, algo poco habitual, y que se consiguió la cura completa de las heridas antes del final del embarazo, por lo que la paciente pudo tener un parto normal.
La unidad de heridas crónicas del HUCA realiza unos 3.500 actos clínicos al año, algunos sobre lesiones muy grandes y de gran complejidad. Atiende anualmente a unos 500 pacientes nuevos y está integrada por tres enfermeras y una auxiliar de cuidados de enfermería.